lunes, 4 de julio de 2011

Tuve que correr

En cualquier baile de disfraces el que más y el que menos se compra una máscara. El disfraz es lo de menos, tan solo quita el frío y la vergüenza; pero he aquí que vengo a resaltar la importancia de las máscaras. Están tocadas de una vieja treta: ocultar la mirada y transformar los reflejos de los espejos. Y ahí empieza lo bueno. Puedes ser quien te de la gana, desde un asesino a sueldo que cose palabras a balazos o un tipo triste, manchado de soledad, que busca en los rincones más perdidos del universo algunas pupilas donde reconocerse. Y nuestras pupilas coincidieron una vez, tú con tu máscara y yo con la mía. O tal vez eran nuestros rostros. O un sueño. O una mentira. Qué más da marrones o azules marino, lágrimas de vino o cristales rotos. Solo importa la magia, cuando existió, porque fue de verdad. ¿El ahora? No soy adivina, no me pidas más esfuerzos. Nosotros queríamos cambiar el mundo y desde luego no lo conseguimos. Ahora lo que intento es que el mundo no me cambie a mi.

Por no saber, no sé ni tan siquiera la máscara que visto ahora.